Resulta frecuente encontrar padres que no entienden que sucede en ese período a partir de los 12 o 13 años cuando de repente su hijo o hija pierde interés por estar con ellos, ya no le cuentan sus problemas y parece mostrar un cierto desapego hacia todo y todos.
Ocurre también que pueden darse conductas de cuestionamiento hacia nuestros propios modelos educativos y la búsqueda de nuevas opciones alejadas de lo que los padres esperaban o deseaban de ellos. Es como si el adolescente necesitara cambiar el guión previsto y buscar su propia identidad y su propio lugar entre sus iguales. Esto crea gran desasosiego en los padres que se preguntan desconcertados qué han hecho mal.
La adolescencia es un momento de cambios importantes en la evolución de cualquier niño y hay que comprender las peculiaridades y procesos que se producen tanto a nivel biológico como psicológico y social. Desde su comprensión estaremos en mejores condiciones como padres para acompañar a nuestros hijos en esta etapa crucial de su desarrollo.
Esta etapa trae consigo una oleada de hormonas que pueden intensificar los estados de ánimo y que desencadenan dos años de crecimiento físico rápido, que por lo general empieza en las niñas hacia los 11 años y en los niños alrededor de los 13.
Esta explosión hormanal tiene efectos directos sobre el desarrollo del sistema límbico que es el responsable del control de las emociones y que en los adolescentes más jóvenes, cuyos lóbulos frontales en desarrollo no están suficientemente maduros para reprimir impulsos, podrían explicar la impulsividad ocasional, sus conductas de riesgo, a veces adictivas y las denominadas “tormentas emocionales” observadas en portazos, música a todo volumen, conductas desafiantes hacia los padres, etc. De esta forma, parte de ciertas conductas que preocupan a los padres podría tener su justificación en factores madurativos independientemente de las características y circunstancias de su entorno.
Uno de los aspectos psicológicos que merece especial atención en la adolescencia es el desarrollo de la identidad o del concepto de sí mismo, siendo E.H. Erikson uno de los autores que lo ha analizado con mayor detalle. Este autor, a grandes rasgos, consideraba el desarrollo como la superación de conflictos externos e internos. Los individuos deben enfrentarse en los diversos estadios de su ciclo vital a “crisis psicosociales” que representan oposiciones entre las exigencias de la sociedad y las necesidades biológicas y psicológicas.
Puede suceder que algunos adolescentes encuentren difíciles estas tareas y no consigan formar un concepto de sí mismos que encaje de modo realista con sus características personales y con el medio en el que viven. En este caso pueden sentir una “crisis de identidad”. Esta difusión de la identidad podría llevarle a cierto aislamiento, incapacidad para planificar el futuro, escasa concentración en el estudio o la adopción de papeles negativos por simple oposición a la autoridad.
En esta búsqueda de la propia identidad suelen surgir discrepancias con los padres que pueden no entender ciertos cambios y actitudes. El adolescente en su necesidad de diferenciación, puede rechazar los modelos en los que ha crecido (especialmente si no se ha sentido cómodo o feliz) y buscar sus propios referentes.
Pero, sin duda, las relaciones sociales prototípicas de este período son las del grupo de amigos. El niño tiene como referente la familia; en el adolescente, la situación se modifica y su vida social pasa a centrarse en sus amigos o pandilla. De este modo, el chico y la chica comienzan a salir solos con sus amigos al cine, los bares, discotecas, espectáculos deportivos, etc. En el mundo sociafectivo del adolescente prevalece su interés por hacer nuevas amistades, sentirse integrado y aceptado en su grupo de camaradas y, por supuesto, aprender a relacionarse con individuos del sexo opuesto.
Qué tememos que tener en cuenta los padres:
- La impulsividad o conductas de cierto riesgo con poca percepción del peligro forman parte del desarrollo evolutivo normal al inicio de la adolescencia como consecuencia de la explosión de las hormonas y unos lóbulos frontales que no han alcanzado todavía su madurez. Evidentemente un entorno desestructurado, unos padres excesivamente rígidos o cualquier otro tipo de problema puede convertir la etapa adolescente en un período especialmente conflictivo en lo referente a la relación padres-hijos.
- Los padres dejan de ser los referentes principales del adolescente. Este espacio pasan a ocuparlo los amigos y compañeros de su misma edad. Es a ellos a quienes les preguntan e incluso imitan comportamientos. Esto es un proceso natural y esperado pero al que los padres tienen que poner cierto orden y límites. Si durante la adolescencia hay escaso interés por la relación con sus iguales esto podría indicarnos algún tipo de problema o trastorno (timidez, problemas de habilidades sociales, etc.).
- Cierta rebeldía en la adolescencia es perfectamente normal e incluso yo diría que es lo «normal». La naturaleza prepara al adolescente para volar del nido, buscar su grupo de iguales y su pareja sexual. Por tanto, nada hay de extraño en que se produzcan las típicas discrepancias entre unos padres que les cuesta aceptar que su hijo se hace adulto y las propias necesidades del adolescente.
- Muchos padres se cuestionan que han hecho mal en la educación de sus hijos cuando ven que durante la adolescencia surgen situaciones o comportamientos que no entienden ni esperaban. En muchos casos, probablemente no hayan hecho nada mal. Los valores en los que hemos educado a nuestros hijos, si hemos sido capaces de enseñárselos con nuestro propio ejemplo más que con nuestras palabras, seguramente permanecerán latentes y saldrán cuando ellos mismos sean adultos, formen su propia familia y tengan hijos.
- Cuando se produce un rompimiento abierto y de rechazo prolongado hacia los padres en esta época puede que tengamos en el fondo un problema de índole emocional o afectivo. Padres demasiado rígidos, modelos incongruentes (discrepancias entre padres o separaciones traumáticas) pueden, entre otras causas, acrecentar en el adolescente la necesidad de romper con un pasado que le ha causado sufrimiento y buscar fuera de su propia familia unos valores y forma de vida diferentes.
- El adolescente ya no es un niño y, por tanto, deberemos ser capaces de adaptarnos como padres a los cambios biológicos, sociales y psicológicos que se irán produciendo.
- Los padres siempre tienen que estar ahí pero el adolescente debe percibir progresivamente una cierta sensación de libertad y autonomía. Un exceso de control o rigidez puede ser tan contraproducente como unos estilos de educación totalmente laxos y sin ningún tipo de límite. Por tanto la palabra clave es «flexibilidad». Debemos ser limitadores y vigilantes de sus conductas pero al mismo tiempo facilitarles progresivamente una cierta autonomía en función de las características de cada adolescente. Esto puede llevar a acalorados debates acerca de cuál es la hora correcta de volver a casa o si se puede o no salir a determinados eventos.
- El verdadero aprendizaje en la adolescencia suele darse a través del día a día del adolescente con sus iguales en las diferentes situaciones de aprendizaje pero también lúdicas. Normalmente aprenden más actuando y cometiendo errores que no por los lecciones de moral o sermones que efectúan los adultos. Aun así los padres tienen todo el derecho y el deber de comentarles sus propias opiniones y establecer límites a sus demandas.
Marta García-Verdugo Revuelta. Psicóloga. Pedagoga